Esta es una historia sobre un corazón roto, que exploraba la noche:

Deambulaba por el centro de la ciudad un joven corazón, deseaba caminar sin tener que llegar a ningún lado. Deseaba estar solo, la compañía que tenía a su lado no era la que anhelaba, no disfrutaba del silencio como él, lo hacía sentir incómodo.

Sus piernas guiaban un rumbo sin sentido y entre los pensamientos de su amor perdido, miraba las calles vacías y los letreros, que bajo las farolas nocturnas, no parecían tener el mismo sentido que bajo el sol.

El tiempo parecía no pasar y notaba como en las ventanas de los edificios, la negrura se tragaban las historias que habían acontecido durante el día, se preguntaba si podría saltar hacía ese vacío, dejándose consumir, deseaba ser olvidado si no era recordado como él quería.

Sintió un mirada penetrante en la nuca, al voltear no encontró más que estatuas, eran inertes, tranquilas e incapaces de poder mirar otro horizonte; el quedarse en un mismo lugar para siempre, lo entristeció profundamente y mientras se sumía en su sentimiento, notó que no se necesita estar un lugar para estar atrapado entre recuerdos.

Tomó la mano de su acompañante, sintió ganas de soltarla, de no volver a tocarla nunca. Lentamente regresaron siguiendo sus pasos, porque era tarde y debía llevar a su cita a casa, “debía”, aunque quería quedarse ahí descubriéndose a sí mismo en sus pensamientos, pero no lo hizo.
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